Hace mucho deje de publicar entradas sobre mí, donde contaba lo que pasaba en mi vida; pero esta vez es necesario. Estoy algo ansiosa, pero creo que eso es por el PMS. Aunque también se debe a que regreso a clases la próxima semana. Este promete ser-por las materias que cursare-uno de los semestres más pesados. A lo que voy es a que tal vez no pueda comentar en sus blogs tan seguido como lo vengo haciendo este último mes y medio. Pero tratare de hacerlo los fines de semana y en dos meses más tendré el receso de primavera y volveré a comentar como me gusta de nuevo. Esta semana también he estado algo desaparecida porque estoy preparando todo para regresar a la uni. Me siento algo nerviosa, la materia que más me asusta se llama Fisiología humana. Tiene fama de ser algo así como el filtro de medicina, la materia quien define quien se queda y quien se va. El curso anterior solo lo aprobaron 10 personas. No abandonare el blog y espero que ustedes tampoco me abandonen. En fin creo que esto es todo. Buena vibra para todos.
jueves, 31 de enero de 2013
miércoles, 30 de enero de 2013
lunes, 28 de enero de 2013
Situaciones incomodas.
Me sentia como en el video de The story of us.
No lo vi inmediatamente. Llegue a la enorme
biblioteca y me enfoque en encontrar un asiento disponible. Con mi libro frente
a mi me enfrasque en el texto que mostraba. Un rebelde mechón de cabello se
salió de su lugar y ocluyo mi visión, levante la cabeza y lo reacomode. Fue
entonces cuando mi mirada lo encontró. Ahí, tranquilo, leyendo un libro
bastante voluminoso, se veía tan sereno. Los recuerdos se agazaparon en mi
mente, todo lo que pasamos, todo lo que pudimos llegar a ser. Todo se quedo en
nada. Sacudí la cabeza y regrese a mi lectura, ahora me sentía incomoda, sentía
que él me observaba pero al mirar de reojo me daba cuenta que él seguía muy
concentrado en su gordo libro.
Me quitaba los lentes y me los volvía a poner,
me estiraba el suéter intentando parecer ocupada. Las palabras de mi libro eran
vistas por mis ojos pero no estaban siendo procesadas por mi cerebro. Nunca en
toda mi vida había deseado con tanto anhelo entrar en la cabeza de alguien. Los
recuerdos seguían en mi mente; esa ocasión cuando lo volví a ver después de
distanciarnos, él estaba con esa chica y reía de la misma forma en que lo hacía
conmigo.
Salí de mi trance y lo volví a
mirar de nuevo, ahora el también me observaba. ¿Por cuánto tiempo lo habría
estado haciendo? Nuestras miradas se encontraron, incomodas, silenciosas.
Sonreí brevemente e hice una señal con la mano para saludar. El correspondió con
un movimiento de cabeza y una mueca que intentaba ser una sonrisa sin lograrlo.
Inmediatamente desvíe la vista, trate de enfocarme en mi texto nuevamente, pero
no dejaba de preguntarme si esta situación lo estaba torturando de la misma forma
que a mí. Tantas palabras pasaban por mi cabeza. Era imposible seguir
estudiando con él ahí. Me puse de pie y salí del lugar.
Tome asiento en uno de los
escalones que estaban fuera. Inmediatamente lo vi salir, caminaba en dirección a
mí. Los nerviosa comenzaron a apoderarse de mí y podía notar que de él también.
Se detuvo a unos metros de mí. Nos miramos fijamente alrededor de un
minuto. Me levante y di dos pasos hacia
él. Entonces recordé que yo ya no sentía nada por él. Me encogí de hombros y di
media vuelta, alejándome del lugar con una enorme sonrisa en los labios.
Sharon Eliana
Basado en The story of us de Taylor Swift. Resultado de una clase de Salud publica muy aburrida.
domingo, 27 de enero de 2013
Romance de la venganza
Cazador alto y tan bello
Como en la tierra no hay dos,
Se fue de caza una tarde
Por los campos del Señor.
Como en la tierra no hay dos,
Se fue de caza una tarde
Por los campos del Señor.
Seguro llevaba el paso,
Listo el plomo, el corazón
Repicando, la cabeza
Erguida y dulce la voz.
Listo el plomo, el corazón
Repicando, la cabeza
Erguida y dulce la voz.
Bajo el oro de la tarde,
Tanto el cazador cazó,
Que finas lágrimas rojas
Se puso a llorar el sol...
Tanto el cazador cazó,
Que finas lágrimas rojas
Se puso a llorar el sol...
Cuando volvía cantando
Suavemente, a media voz,
Desde un árbol enroscada,
Una serpiente lo vio.
Suavemente, a media voz,
Desde un árbol enroscada,
Una serpiente lo vio.
Iba a vengar a las aves;
Mas, tremendo, el cazador
Con hoja de firme acero
La cabeza le cortó.
Mas, tremendo, el cazador
Con hoja de firme acero
La cabeza le cortó.
Pero aguardándolo estaba
A muy pocos pasos yo...
Lo até con mi cabellera
Y dominé su furor.
A muy pocos pasos yo...
Lo até con mi cabellera
Y dominé su furor.
Ya maniatado le dije:
–Pájaros matasteis vos,
Y voy a tomar venganza
Ahora que mío sois...
–Pájaros matasteis vos,
Y voy a tomar venganza
Ahora que mío sois...
Más no lo maté con armas,
Le di una muerte peor:
¡Lo besé tan dulcemente
Que le partí el corazón!
Le di una muerte peor:
¡Lo besé tan dulcemente
Que le partí el corazón!
Cazador, si vas de caza
Por los montes del Señor,
Teme que a pájaros venguen
Hondas heridas de amor.
Por los montes del Señor,
Teme que a pájaros venguen
Hondas heridas de amor.
Alfonsina Storni (De Ocre, 1925)
miércoles, 23 de enero de 2013
Mala
Todo estaba mal. Tenía casi un año estando mal. No importaba cuando tiempo estudiara, siempre reprobaba, no importaba cuanto intentara endulzar su carácter, siempre terminaba peleando con sus amigos, con su familia. Con su madre. Sobre todo con esta última. Ella. La que le causaba un extraño sentimiento, una mezcla de cariño-no amor-, agradecimiento-por haberle dado la vida, aunque a últimas fechas eso se estaba acabando- y odio. Un odio inexplicable que había ido creciendo poco a poco desde el día en que nació.
Alguna fuerza inexplicable se imponía con fuerza. Se imponía y le negaba la tranquilidad. La felicidad. Sospechaba que “eso” estaba dentro de ella. Algo estaba mal. Y ella creía saber que era. Era ella.
Observo en el espejo su rostro. Era bonita y lo sabía. Pasó una mano suavemente por su mejilla y sonrió. Sin quitar la vista de su propio rostro, tomo una pequeña liga y anudo su cabello lo mejor que pudo. Parpadeo un par de veces y salió de la habitación. Los ojos le ardían y palpitaban como si intentaran salirse de sus cuencas. Pero todo estaba bien. Todo. Bien. Necesitaba creer esa mentira.
Los últimos tres meses había pensado continuamente suicidarse. La primera vez que la idea cruzo por su mente fue después de ver su calificación. Era un cuarenta y ocho. Simple, llano. Había estudiado tan duramente para ese examen. Apretó los puños y salió corriendo del aula. Temblaba cuando subió al camión. Temblaba cuando se bajo de él y camino a su casa. Temblaba cuando se paro frente a sus padres y les dijo. Tembló cuando ellos le dijeron que no importaba. Que ellos confiaban en ella. Les dedico una sonrisa y subió a su habitación.
Se sentía enferma. Tomo el exacto y sin mucha presión dibujo una línea vertical a lo largo de su brazo. La sangre comenzó a brotar lentamente. El dolor fue haciendo presencia. Sabía que eso estaba mal. Había visto en la televisan, gente que hacia eso. Siempre se burlo de ellos pero ese día los comprendió a todos. Podría enterrar más la navaja. Podía cortar sus venas. Podía cortar su estúpida vena media. Podía cortar su basílica, su cefálica. Sabia donde estaban y como se llamaba cada una. Podía sentir el flujo que pasaba a través de ellas. Podía cortar más profundamente y desgarrar sus tendones. Pero fue cobarde y no lo hizo. Arrojo el exacto –Los que se suicidan se van al infierno–se limpio el brazo cuidadosamente.
Pero desde ese día, cada vez que estaba parada esperando al tren, imaginaba que pasaría si ella se arrojara. Pensaba en la forma que la enorme maquina destrozaría su cuerpo, ¿Dolería? Ella creía que el golpe sería tan rápido que no sentiría nada –los que se suicidan van al infierno- pero también sabía que no tenía el valor suficiente. Era una cobarde. Una asquerosa cobarde con una vida de mierda que ella misma se había creado.
Todas las noches terminaba sus oraciones con un ¿Cuánto tiempo me vas a dejar vivir?
Lo que ella no sabía es que viviría. Viviría mucho tiempo. Ella no era mala, pero, los que desean la muerte ¿también van al infierno?
FICCIÓN, Sharon Eliana
martes, 22 de enero de 2013
Por ti me casaré
Por ti
me casaré, es evidente y contigo,
claro está, me casaré. Por ti me casaré por tu carácter que me gusta hasta
morir no sé por que. Y eso me da más
miedo que vergüenza, porque casarse es una adivinanza.
Por ti me casaré, por tu sonrisa, porque estás casi tan loca como yo.
Y tenemos en común más de un millón de cosas. Por
ejemplo que los dos odiamos las
promesas. Pero yo seré tu esposo, tú serás mi esposa y yo prometeré que te querré y tú también prometerás que me querrás con tanto miedo,
que cruzarás los dedos
Por ti me casaré, una
cuestión de piel. Firmaremos nuestro amor
en un papel.
Y pobre del que se ría
es un estúpido –y
lo sabe– no
comprende que el amor es simpatía.
Porque nuestro matrimonio es mucho más que un
pacto y al final seguro que todo
será perfecto. Aunque somos
diferentes somos casi exactos.
Y yo prometeré que te
querré y tú también prometerás que me querrás hasta la muerte todo es cuestión de suerte.
Por ti me casaré, cuando te encuentre, cuando sepa dónde estás, quién eres tú.
Eros Ramazotti.
domingo, 20 de enero de 2013
Déjame
que te recorra entero, te coma, te mire, te toque, te bese, te hable,
te cante, te susurre, te regale, te espere, te ahoge, te enseñe, te
sueñe, te ame, te beba, te ría, te acorrale, te atosigue, te
haga, te deje de hacer, te ande, te muestre, te busque, te encuentre.
Déjame que te quiera.
Ánonimo
jueves, 17 de enero de 2013
Encuentro Casual 1
Había sido un día difícil, una materia más reprobada y era la última oportunidad que tenía antes de quedar suspendida por un año entero. Estaba tan devastada. Pero al mismo tiempo sabía que lo merecía, es decir, era mi culpa por no haber sido suficiente.
Camine lo más lento que pude durante unos minutos hasta que llegue a la parada del camión ruta ocho, que aunque no me dejaba precisamente cerca de mi casa, me acercaba lo suficiente. Cuando lo vi, me arrepentí de caminar tan lento, pues vi al autobús verde pasar frente a mí, no corriendo lograría alcanzarlo.
-¡Maldición!-exclame al borde las lágrimas. Me revolví entre toda la gente que esperaba y trate de tragarme el nudo que se había formado en la garganta.
Media hora transcurrió antes de que un nuevo ruta ocho llegara. Con la cabeza algo dolorida y los ojos brillantes por las lágrimas retenidas pague mi boleto. Afortunadamente aún quedaba un asiento libre y mejor aún, junto a la ventana. Una vez en mi lugar, cerré los ojos. Necesitaba huir de mi realidad.
Con mi mente totalmente en blanco abrí los ojos nuevamente, justo en el instante en que uno de esos tipos que subían a tocar la guitarra por monedas comenzó a tocar. Maldije en voz muy baja. La “tranquilidad” fue irrumpida por una guitarra algo fea. Era lo último que me faltaba para que mi jaqueca se hiciera más fuerte. Apreté los puños.
Pero todo cambio cuando decidí escuchar la canción que el chico cantaba. Era una canción que nunca había escuchado pero que al mismo tiempo me parecía conocida. Cerré una vez más los ojos y escuche. La voz era tan perfecta. Necesitaba ver quien era la persona que cantaba.
Un cosquilleo me recorrió y saque una libreta de mi mochila. Anote algunas frases y algunas palabras de la canción que lograba aislar y cuando termine me dispuse a observar al joven que cantaba. Usaba una curiosa boina gris y de su cabello solo se alcazaba a ver un poco. Sus ojos negros brillaban por la luz del sol que entraba por la ventana. Sus labios rosas se movían una u otra vez y dejaba entrever la melodía.
Cuando termino, mucha gente comenzó a sacar dinero de sus bolsillos. Pero el joven no se acerco a nadie. Simplemente se levanto y camino el poco tramo que lo separaba de la puerta de salida.
Sonreí para mis adentros y entonces todo el peso del día regreso sobre mí. Pero me sentía tan feliz. Me sentía justo igual que cuando estas enamorada. Y es que estaba enamorada. Se escuchaba tonto, pero la sola voz del joven había bastado. Entonces me recrimine por no haberle hablado, haberle preguntado algo, al menos su nombre. Lo único que deseaba en esos momentos era verlo otra vez.
Llegue a mi casa y abrí la laptop. Puse en google las frases que logre aislar de la canción y para mi sorpresa logre encontrarla. Se llamaba When you say nothing at all, pero él joven del camión había cantado una traducción al español. Descargue la canción y me recosté sobre el sillón mientras olvidaba todo problema y me concentraba en la música. Tenía que volver a ese chico otra vez.
Sharon Eliana
miércoles, 16 de enero de 2013
Él
dice que tengo la sonrisa más bonita del mundo, seguramente él nunca se
vio en el espejo sonriendo...porque cada vez que enseña sus blancos y
relucientes dientes yo muero y vuelvo a renacer, tambien dice que mis
ojos son preciosos...yo cuando miro los suyos, veo; seguridad, cariño,
felicidad, sinceridad, pero sobretodo veo, amor.
domingo, 13 de enero de 2013
El avión de la bella durmiente
Era bella, elástica, con una piel
tierna del color del pan y los ojos de almendras verdes, y tenía el
cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad
que lo mismo podía ser de Indonesiá que de los Andes. Estaba vestida con
un gusto sutil: chaqueta de lince, blusa de seda natural con flores muy
tenues, pantalones de lino crudo, y unos zapatos lineales del color de las
bugambilias. “Esta es la mujer más bella que he visto en mi vida”,
pensé, cuando la vi pasar con sus sigilosos trancos de leona, mientras yo
hacía la cola para abordar el avión de Nueva York en el aeropuerto
Charles de Gaulle de París. Fue una aparición sobrenatural que existió
sólo un instante y, desapareció en la muchedumbre del vestíbulo.
Eran las nueve de la mañana. Estaba nevando desde la noche anterior, y el tránsito era más denso que de costumbre en las calles de la ciudad, y más lento aún en la autopista, y había camiones de carga alineados a la orilla, y automóviles humeantes en la nieve. En el vestíbulo del aeropuerto, en cambio, la vida seguía en primavera.
Yo estaba en la fila de registro detrás de una anciana holandesa que demoró casi una hora discutiendo el peso de sus once maletas. Empezaba a aburrirme cuando vi la aparición instantánea que me dejó sin aliento, así que no supe cómo terminó el altercado, hasta que la empleada me bajó de las nubes con un reproche por mi distracción. A modo de disculpa le pregunté si creía en los amores a primera vista. “Claro que sí”, me dijo. “Los imposibles son los otros”. Siguió con la vista fija en la pantalla,de la computadora, y me preguntó qué asiento prefería: fumar o no fumar.
—Me da lo mismo —le dije con toda intención—, siempre que no sea al lado de las once maletas.
Ella lo agradeció con una sonrisa comercial sin apartar la vista de la pantalla fosforescente.
—Escoja un número —me dijo—: tres, cuatro o siete.
—Cuatro.
Su sonrisa tuvo un destello triunfal.
—En quince años que llevo aquí —dijo—, es el primero que no escoge el siete.
Marcó en la tarjeta de embarque el número del asiento y me la entregó con el resto de mis papeles, mirándome por primera vez con unos ojos color de uva que me sirvieron de consuelo mientras volvía a ver la bella. Sólo entonces me advirtió que el aeropuerto acababa de cerrarse y todos los vuelos estaban diferidos.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta que Dios quiera —dijo con su sonrisa. La radio anunció esta mañana que será la nevada más grande del año.
Se equivocó: fue la más grande del siglo. Pero en la sala de espera de la primera clase la primavera era tan real que había rosas vivas en los floreros y hasta la música enlatada parecía tan sublime y sedante como lo pretendían sus creadores. De pronto se me ocurrió que aquel era un refugio adecuado para la bella, y la busqué en los otros salones, estremecido por mi propia audacia. Pero la mayoría eran hombres de la vida real que leían periódicos en inglés mientras sus mujeres pensaban en otros, contemplando los aviones muertos en la nieve a través de las vidrieras panorámicas, contemplando las fábricas glaciales, los vastos sementeras de Roissy devastados por los leones. Después del mediodía no había un espacio disponible, y el calor se había vuelto tan insoportable que escapé para respirar.
Afuera encontré un espectáculo sobrecogedor. Gentes de toda ley habían desbordado las salas de espera, y estaban acampadas en los corredores sofocantes, y aun en las escaleras, tendidas por los suelos con sus animales y sus niños, y sus enseres de viaje. Pues también la comunicación con la ciudad estaba interrumpida, y el palacio de plástico, transparente parecía una inmensa cápsula espacial varada en la tormenta. No pude evitar la idea de que también la bella debía estar en algún lugar en medio de aquellas hordas mansas, y esa fantasía me infundió nuevos ánimos para esperar.
A la hora del almuerzo habíamos asumido nuestra conciencia de náufragos. Las colas se hicieron interminables frente a los siete restaurantes, las cafeterías, los bares atestados, y en menos de tres horas tuvieron que cerrarlos porque no había nada qué comer ni beber. Los niños, que por un momento parecían ser todos los del mundo, se pusieron a llorar al mismo tiempo, y empezó a levantarse de la muchedumbre un olor de rebaño. Era el tiempo de los instintos. Lo único que alcancé a comer en medio de la rebatiña fueron los dos últimos vasos de helado de crema en una tienda infantil. Me los tomé poco a poco en el mostrador, mientras los camareros ponían las sillas sobre las mesas a medida que se desocupaban, y viéndome a mí mismo en el espejo del fondo, con el último vasito de cartón y la última cucharita de cartón, y pensando en la bella.
El vuelo de Nueva York, previsto para las once de la mañana, salió a las ocho de la noche. Cuando por fin logré embarcar, los pasajeros de la primera clase estaban ya en su sitio, y una azafata me condujo al mío. Me quedé sin aliento. En la poltrona vecina, junto a la ventanilla, la bella estaba tomando posesión de su espacio con el dominio de los viajeros expertos. “Si alguna vez escribiera esto, nadie me lo creería”, pensé. Y apenas si intenté en mi media lengua un saludo indeciso que ella no percibió.
Se instaló como para vivir muchos años, poniendo cada cosa en su sitio y en su orden, hasta que el lugar quedó tan bien dispuesto como la casa ideal donde todo estaba al alcance de la mano. Mientras lo hacía, el sobrecargo nos llevó la champaña de bienvenida. Cogí una copa para ofrecérsela a ella, pero me arrepentí a tiempo. Pues sólo quiso un vaso de agua, y le pidió al sobrecargo, primero en un francés inaccesible y luego en un inglés apenas más fácil, que no la despertara por ningún motivo durante el vuelo. Su voz grave y tibia arrastraba una tristeza oriental.
Cuando le llevaron el agua, abrió sobre las rodillas un cofre de tocador con esquinas de cobre, como los baúles de las abuelas, y sacó dos pastillas doradas de un estuche donde llevaba otras de colores diversos. Hacía todo de un modo metódico y parsimonioso, como si no hubiera nada que no estuviera previsto para ella desde su nacimiento. Por último bajó la cortina de la ventana, extendió la poltrona al máximo, se cubrió con la manta hasta la cintura sin quitarse los zapatos, se puso el antifaz de dormir, se acostó de medio lado en la poltrona, de espaldas a mí, y durmió sin una sola pausa, sin un suspiro, sin un cambio mínimo de posición, durante las ocho horas eternas y los doce minutos de sobra que duró el vuelo a Nueva York.
Fue un viaje intenso. Siempre he creído que no hay nada más hermoso en la naturaleza que una mujer hermosa, de modo que me fue imposible escapar ni un instante al hechizo de aquella criatura de fábula que dormía a mi lado. El sobrecargo había desaparecido tan pronto como despegamos, y fue reemplazado por una azafata cartesiano que trató de despertar a la bella para darle el estuche de tocador y los auriculares para la música. Le repetí la advertencia que ella le había hecho al sobrecargo, pero la azafata insistió para oír de ella misma que tampoco quería cenar. Tuvo que confirmárselo el sobrecargo, v aun así me reprendió porque la bella no se hubiera colgado en el cuello el cartoncito con la orden de no despertarla.
Hice una cena solitaria, diciéndome en silencio lo que le hubiera dicho a ella si hubiera estado despierta. Su sueño era tan estable, que en cierto momento tuve la inquietud de que las pastillas que se había tomado no fueran para dormir sino para morir. Antes de cada trago, levantaba la copa y brindaba.
—A tu salud, bella.
Terminada la cena apagaron las luces, dieron la película para nadie, y los dos quedamos solos en la penumbra del mundo. La tormenta más grande del siglo había pasado, y la noche del Atlántico era inmensa y limpida, y el avión parecía inmóvil entre las estrellas. Entonces la contemplé palmo a palmo durante varias horas, y la única señal de vida que pude percibir fueron las sombras de los sueños que pasaban por su frente como las nubes en el agua. Tenía en el cuello una cadena tan fina que era casi invisible sobre su piel de oro, las orejas perfectas sin puntadas para los aretes, las uñas rosadas de la buena salud, y un anillo liso en la mano izquierda. Como no parecía tener más de veinte años me consolé con la idea de que no fuera un anillo de bodas sino el de un noviazgo efímero. “Saber que duermes tú, cierta, segura, cauce fiel de abandono, línea pura, tan cerca de mis brazos maniatados”, pensé, repitiendo en la cresta de espúmas,de champaña el soneto magistral de Gerardo Diego. Luego extendí la poltrona a la altura de la suya, y quedamos acostados más cerca que en una cama matrimonial. El clima de su respiración era el mismo de la voz, y su piel exhalaba un hálito tenue que sólo podía ser el olor propio de su belleza. Me parecía increíble: en la primavera anterior había leído una hermosa novela de Yasunarl Kawabata sobre los ancianos burgueses de Kyoto que pagaban sumas enormes para pasar la noche contemplando a las muchachas más bellas de la ciudad, desnudas y narcotizadas, mientras ellos agonizaban de amor en la misma cama. No podían despertarlas, ni tocarlas, y ni siquiera lo intentaban, porque la esencia del placer era verlas dormir. Aquella noche, velando el sueño de la bella, no sólo entendí aquel refinamiento senil, sino que lo viví a plenitud.
—Quién iba a creerlo —me dije, con el amor propio exacerbado por la champaña—: Yo, anciano japonés a estas alturas.
Creo que dormí varias horas, vencido por la champaña y los fogonazos mudos de la película, Y desperté con la cabeza agrietada. Fui al baño. Dos lugares detrás del mío yacía la anciana de las once maletas despatarrada de mala manera en la poltrona. Parecía un muerto olvidado en el campo de batalla. En el suelo, a mitad del pasillo, estaban sus lentes de leer con el collar de cuentas de colores, y por un instante disfruté de la dicha mezquina de no recogerlos.
Después de desahogarme de los excesos de champaña me sorprendí a mí mismo en el espejo, indigno y feo, y me asombré de que fueran tan terribles los estragos del amor. De pronto el avión se fue a pique, se enderezó como pudo, y prosiguió volando al galope. La orden de volver al asiento se encendió. Salí en estampida, con la ilusión de que sólo las turbulencias de Dios despertaran a la bella, y que tuviera que refugiarse en mis brazos huyendo del terror. En la prisa estuve a punto de pisar los lentes de la holandesa, y me hubiera alegrado. Pero volví sobre mis pasos, los recogí, y se los puse en el regazo, agradecido de pronto de que no hubiera escogido antes que yo el asiento número cuatro.
El sueño de la bella era invencible. Cuando el avión se estabilizó, tuve que resistir la tentación de sacudirla con cualquier pretexto, porque lo único que deseaba en aquella última hora de vuelo era verla despierta, aunque fuera enfurecida, para que yo pudiera recobrar mi libertad, y tal vez mi juventud. Pero no fui capaz. “Carajo”, me dije, con un gran desprecio. “¡Por qué no nací Tauro!”.
Despertó sin ayuda en el instante en que se encendieron los anuncios del aterrizaje, y estaba tan bella y lozana como si hubiera dormido en un rosal. Sólo entonces caí en la cuenta de que los vecinos de asiento en los aviones, igual que los matrimonios viejos, no se dan los buenos días al despertar. Tampoco ella. Se quitó el antifaz, abrió los ojos radiantes, enderezó la poltrona, tiró a un lado la manta, se sacudió las crines que se peinaban solas con su propio peso, volvió a ponerse el cofre en las rodillas, y se hizo un maquillaje rápido y superfluo, que le alcanzó justo para no mirarme hasta que la puerta se abrió. Entonces se puso la chaqueta de lince, pasó casi por encima de mí con una disculpa convencional en castellano puro de las Américas, y se fue sin despedirse siquiera, sin agradecerme al menos lo mucho que hice por nuestra noche feliz, y desapareció hasta el sol de hoy en la amazonia de Nueva York.
Junio 1982.
Eran las nueve de la mañana. Estaba nevando desde la noche anterior, y el tránsito era más denso que de costumbre en las calles de la ciudad, y más lento aún en la autopista, y había camiones de carga alineados a la orilla, y automóviles humeantes en la nieve. En el vestíbulo del aeropuerto, en cambio, la vida seguía en primavera.
Yo estaba en la fila de registro detrás de una anciana holandesa que demoró casi una hora discutiendo el peso de sus once maletas. Empezaba a aburrirme cuando vi la aparición instantánea que me dejó sin aliento, así que no supe cómo terminó el altercado, hasta que la empleada me bajó de las nubes con un reproche por mi distracción. A modo de disculpa le pregunté si creía en los amores a primera vista. “Claro que sí”, me dijo. “Los imposibles son los otros”. Siguió con la vista fija en la pantalla,de la computadora, y me preguntó qué asiento prefería: fumar o no fumar.
—Me da lo mismo —le dije con toda intención—, siempre que no sea al lado de las once maletas.
Ella lo agradeció con una sonrisa comercial sin apartar la vista de la pantalla fosforescente.
—Escoja un número —me dijo—: tres, cuatro o siete.
—Cuatro.
Su sonrisa tuvo un destello triunfal.
—En quince años que llevo aquí —dijo—, es el primero que no escoge el siete.
Marcó en la tarjeta de embarque el número del asiento y me la entregó con el resto de mis papeles, mirándome por primera vez con unos ojos color de uva que me sirvieron de consuelo mientras volvía a ver la bella. Sólo entonces me advirtió que el aeropuerto acababa de cerrarse y todos los vuelos estaban diferidos.
—¿Hasta cuándo?
—Hasta que Dios quiera —dijo con su sonrisa. La radio anunció esta mañana que será la nevada más grande del año.
Se equivocó: fue la más grande del siglo. Pero en la sala de espera de la primera clase la primavera era tan real que había rosas vivas en los floreros y hasta la música enlatada parecía tan sublime y sedante como lo pretendían sus creadores. De pronto se me ocurrió que aquel era un refugio adecuado para la bella, y la busqué en los otros salones, estremecido por mi propia audacia. Pero la mayoría eran hombres de la vida real que leían periódicos en inglés mientras sus mujeres pensaban en otros, contemplando los aviones muertos en la nieve a través de las vidrieras panorámicas, contemplando las fábricas glaciales, los vastos sementeras de Roissy devastados por los leones. Después del mediodía no había un espacio disponible, y el calor se había vuelto tan insoportable que escapé para respirar.
Afuera encontré un espectáculo sobrecogedor. Gentes de toda ley habían desbordado las salas de espera, y estaban acampadas en los corredores sofocantes, y aun en las escaleras, tendidas por los suelos con sus animales y sus niños, y sus enseres de viaje. Pues también la comunicación con la ciudad estaba interrumpida, y el palacio de plástico, transparente parecía una inmensa cápsula espacial varada en la tormenta. No pude evitar la idea de que también la bella debía estar en algún lugar en medio de aquellas hordas mansas, y esa fantasía me infundió nuevos ánimos para esperar.
A la hora del almuerzo habíamos asumido nuestra conciencia de náufragos. Las colas se hicieron interminables frente a los siete restaurantes, las cafeterías, los bares atestados, y en menos de tres horas tuvieron que cerrarlos porque no había nada qué comer ni beber. Los niños, que por un momento parecían ser todos los del mundo, se pusieron a llorar al mismo tiempo, y empezó a levantarse de la muchedumbre un olor de rebaño. Era el tiempo de los instintos. Lo único que alcancé a comer en medio de la rebatiña fueron los dos últimos vasos de helado de crema en una tienda infantil. Me los tomé poco a poco en el mostrador, mientras los camareros ponían las sillas sobre las mesas a medida que se desocupaban, y viéndome a mí mismo en el espejo del fondo, con el último vasito de cartón y la última cucharita de cartón, y pensando en la bella.
El vuelo de Nueva York, previsto para las once de la mañana, salió a las ocho de la noche. Cuando por fin logré embarcar, los pasajeros de la primera clase estaban ya en su sitio, y una azafata me condujo al mío. Me quedé sin aliento. En la poltrona vecina, junto a la ventanilla, la bella estaba tomando posesión de su espacio con el dominio de los viajeros expertos. “Si alguna vez escribiera esto, nadie me lo creería”, pensé. Y apenas si intenté en mi media lengua un saludo indeciso que ella no percibió.
Se instaló como para vivir muchos años, poniendo cada cosa en su sitio y en su orden, hasta que el lugar quedó tan bien dispuesto como la casa ideal donde todo estaba al alcance de la mano. Mientras lo hacía, el sobrecargo nos llevó la champaña de bienvenida. Cogí una copa para ofrecérsela a ella, pero me arrepentí a tiempo. Pues sólo quiso un vaso de agua, y le pidió al sobrecargo, primero en un francés inaccesible y luego en un inglés apenas más fácil, que no la despertara por ningún motivo durante el vuelo. Su voz grave y tibia arrastraba una tristeza oriental.
Cuando le llevaron el agua, abrió sobre las rodillas un cofre de tocador con esquinas de cobre, como los baúles de las abuelas, y sacó dos pastillas doradas de un estuche donde llevaba otras de colores diversos. Hacía todo de un modo metódico y parsimonioso, como si no hubiera nada que no estuviera previsto para ella desde su nacimiento. Por último bajó la cortina de la ventana, extendió la poltrona al máximo, se cubrió con la manta hasta la cintura sin quitarse los zapatos, se puso el antifaz de dormir, se acostó de medio lado en la poltrona, de espaldas a mí, y durmió sin una sola pausa, sin un suspiro, sin un cambio mínimo de posición, durante las ocho horas eternas y los doce minutos de sobra que duró el vuelo a Nueva York.
Fue un viaje intenso. Siempre he creído que no hay nada más hermoso en la naturaleza que una mujer hermosa, de modo que me fue imposible escapar ni un instante al hechizo de aquella criatura de fábula que dormía a mi lado. El sobrecargo había desaparecido tan pronto como despegamos, y fue reemplazado por una azafata cartesiano que trató de despertar a la bella para darle el estuche de tocador y los auriculares para la música. Le repetí la advertencia que ella le había hecho al sobrecargo, pero la azafata insistió para oír de ella misma que tampoco quería cenar. Tuvo que confirmárselo el sobrecargo, v aun así me reprendió porque la bella no se hubiera colgado en el cuello el cartoncito con la orden de no despertarla.
Hice una cena solitaria, diciéndome en silencio lo que le hubiera dicho a ella si hubiera estado despierta. Su sueño era tan estable, que en cierto momento tuve la inquietud de que las pastillas que se había tomado no fueran para dormir sino para morir. Antes de cada trago, levantaba la copa y brindaba.
—A tu salud, bella.
Terminada la cena apagaron las luces, dieron la película para nadie, y los dos quedamos solos en la penumbra del mundo. La tormenta más grande del siglo había pasado, y la noche del Atlántico era inmensa y limpida, y el avión parecía inmóvil entre las estrellas. Entonces la contemplé palmo a palmo durante varias horas, y la única señal de vida que pude percibir fueron las sombras de los sueños que pasaban por su frente como las nubes en el agua. Tenía en el cuello una cadena tan fina que era casi invisible sobre su piel de oro, las orejas perfectas sin puntadas para los aretes, las uñas rosadas de la buena salud, y un anillo liso en la mano izquierda. Como no parecía tener más de veinte años me consolé con la idea de que no fuera un anillo de bodas sino el de un noviazgo efímero. “Saber que duermes tú, cierta, segura, cauce fiel de abandono, línea pura, tan cerca de mis brazos maniatados”, pensé, repitiendo en la cresta de espúmas,de champaña el soneto magistral de Gerardo Diego. Luego extendí la poltrona a la altura de la suya, y quedamos acostados más cerca que en una cama matrimonial. El clima de su respiración era el mismo de la voz, y su piel exhalaba un hálito tenue que sólo podía ser el olor propio de su belleza. Me parecía increíble: en la primavera anterior había leído una hermosa novela de Yasunarl Kawabata sobre los ancianos burgueses de Kyoto que pagaban sumas enormes para pasar la noche contemplando a las muchachas más bellas de la ciudad, desnudas y narcotizadas, mientras ellos agonizaban de amor en la misma cama. No podían despertarlas, ni tocarlas, y ni siquiera lo intentaban, porque la esencia del placer era verlas dormir. Aquella noche, velando el sueño de la bella, no sólo entendí aquel refinamiento senil, sino que lo viví a plenitud.
—Quién iba a creerlo —me dije, con el amor propio exacerbado por la champaña—: Yo, anciano japonés a estas alturas.
Creo que dormí varias horas, vencido por la champaña y los fogonazos mudos de la película, Y desperté con la cabeza agrietada. Fui al baño. Dos lugares detrás del mío yacía la anciana de las once maletas despatarrada de mala manera en la poltrona. Parecía un muerto olvidado en el campo de batalla. En el suelo, a mitad del pasillo, estaban sus lentes de leer con el collar de cuentas de colores, y por un instante disfruté de la dicha mezquina de no recogerlos.
Después de desahogarme de los excesos de champaña me sorprendí a mí mismo en el espejo, indigno y feo, y me asombré de que fueran tan terribles los estragos del amor. De pronto el avión se fue a pique, se enderezó como pudo, y prosiguió volando al galope. La orden de volver al asiento se encendió. Salí en estampida, con la ilusión de que sólo las turbulencias de Dios despertaran a la bella, y que tuviera que refugiarse en mis brazos huyendo del terror. En la prisa estuve a punto de pisar los lentes de la holandesa, y me hubiera alegrado. Pero volví sobre mis pasos, los recogí, y se los puse en el regazo, agradecido de pronto de que no hubiera escogido antes que yo el asiento número cuatro.
El sueño de la bella era invencible. Cuando el avión se estabilizó, tuve que resistir la tentación de sacudirla con cualquier pretexto, porque lo único que deseaba en aquella última hora de vuelo era verla despierta, aunque fuera enfurecida, para que yo pudiera recobrar mi libertad, y tal vez mi juventud. Pero no fui capaz. “Carajo”, me dije, con un gran desprecio. “¡Por qué no nací Tauro!”.
Despertó sin ayuda en el instante en que se encendieron los anuncios del aterrizaje, y estaba tan bella y lozana como si hubiera dormido en un rosal. Sólo entonces caí en la cuenta de que los vecinos de asiento en los aviones, igual que los matrimonios viejos, no se dan los buenos días al despertar. Tampoco ella. Se quitó el antifaz, abrió los ojos radiantes, enderezó la poltrona, tiró a un lado la manta, se sacudió las crines que se peinaban solas con su propio peso, volvió a ponerse el cofre en las rodillas, y se hizo un maquillaje rápido y superfluo, que le alcanzó justo para no mirarme hasta que la puerta se abrió. Entonces se puso la chaqueta de lince, pasó casi por encima de mí con una disculpa convencional en castellano puro de las Américas, y se fue sin despedirse siquiera, sin agradecerme al menos lo mucho que hice por nuestra noche feliz, y desapareció hasta el sol de hoy en la amazonia de Nueva York.
Junio 1982.
Gabriel Garcia Marquez
Premio premio premio
Mi querida Rommy de Amor furtivo me dio un premio nuevo B:
REGLAS:
-Escribir 11 cosas sobre ti.
Hace poco escribí 7. Intentare no repetirlas.
1.-Soy adicta a ver series, actualmente veo 9 series.
2.- Tengo una ligera obsesion por Michael Fassbender, película en que actua película que veo.
3.- Nunca he tenido novio o alguna clase de relación amorosa.
4.- Ultimamente me gusta mucho un grupo que se llama One Republic.
5.- Hace poco intente contar todos los libros que he leído y me canse cuando llegue al número 100.
6.-Procuro evitar las salidas, a menos que sea al cine, amo el cine.
7.-Actualmente mi película favorita es El hobbit.
8.- Mi libro favorito es Jane Eyre, de Chalotte Brontë, mi única copia fue destruida por mi hermano y ahora llevo años buscando y no encuentro otra porque al parecer solo fue editado en España :c
9.- Mi canción favorita de este momento es The lucky one de Taylor Swift.
10.- A veces, solo a veces lo que dice la gente me importa y me afecta.
11.- Ahora que todo se destapan diciendo que leyeron el libro erótico 50 sombras de Grey, puedo decir más tranquilamente que en lo personal ese genero me encanta y no por los detalles morbosos, si no que normalmente son historias más atrevidas y originales que otros libros no abordan. He leído alrededor de 5 libros de ese genero.
-Mandar 11 preguntas para que contesten mis nominados.
1.- Si tuvieras que elegir un solo libro, ¿cuál sería?
2.- ¿Como te ves a ti misma dentro de 10 años?
3.- ¿Cuál es tu serie de televisión favorita?
4.- ¿Qué hay a tu derecha en estos momentos?
5.- ¿Actor - actriz favorit@?
6.- Ultimo libro que leíste.
7.- Recomienda dos blogs que ames.
8.- ¿Cuál es tu canción preferida en estos momentos?
9.- Ultima película que te hizo llorar.
10.- Si fueras otra persona, ¿serías tu amigo?
11.- ¿Cómo es tu día perfecto?
-Responder a las 11 preguntas de quién me nominó.
1.- Estación del año favorita.
Primavera!
2.- ¿Te gusta la playa?
Nunca he ido a una :c pero supongo que si me gusta.
3.- ¡Me quiero tirar en paracaídas! ¿Te unes?
Tu di rana y yo brinco B:
4.- Tu lugar perfecto sería...
Un lugar donde hubiera todos los libros que quiero leer, asi con clima fresco, donde nadie me moleste y me pueda dedicar solo a la lectura.
5.- ¿Coca-cola o Pepsi?
No me gusta ninguna, pero creo que prefiero la coca-cola.
6.- Si pudieras vivir una serie/película/libro ¿cual sería?
The big bang theory, ni ocupe pensarlo jaja
7.- We are never ever...
ever getting back together...you go talk to your friends, talk to my friends, talk to me but we are never ever getting back together...
8.- Soy tu hada madrina, te cumplo un deseo ¿que pides?
Poder ser independiente
Completa la oración asalksja ;) :
9.- Amo tanto el chocolate porque es realmente lo mejor del mundo pero a veces no tengo y sufro.
10.-Tengo un unicornio que come choco krispis y habla conmigo de arcoiris y unicorniadas.
11.- Caminando el otro día me encontré un pato y lo peor fue que me pico la mano y dolió.
-Nominar a 11 blogs con menos de 200 seguidores.
Ainoa de Ser fuerte es mi opción
Pau de Before everithing
Caami de Look at me*
Motherfucker with a brain de No more head trips
Ya me canse y el otro que quería nominar tiene más de 200 seguidores y mi cabeza no me deja romper reglas :c
En fin.
viernes, 11 de enero de 2013
Mi pequeña traviesa
Si, tal vez,
pudieras comprender,
que... no sé,
cómo expresarme bien
Si, tal vez, pudiera hacerte ver... que no hay otra mujer mejor que tú para mí;
Si, tal vez, pudiera hacerte ver... que no hay otra mujer mejor que tú para mí;
Si, tal vez
me harías muy feliz
Si, tal vez
me lo podrías decir
Si, tal vez detalle a detalle podrías conquistarme sería tuya.
Si, tal vez detalle a detalle podrías conquistarme sería tuya.
Te quiero tanto, tanto, tanto, tanto, tanto, cada día un poco más.
Te quiero tanto, tanto, tanto, tanto, tanto, para mi no hay nada igual, no lo hay
te quiero tanto, tanto, tanto, tanto, amor, que ya no puedo más, ya no puedo más.
Si tal vez el mundo aprenderá con nuestro amor lo bello que es amar y tal vez lo vuelva a repetir pareja por pareja el mundo entero al fin.
♪OV7♫
Te quiero tanto, tanto, tanto, tanto, tanto, para mi no hay nada igual, no lo hay
te quiero tanto, tanto, tanto, tanto, amor, que ya no puedo más, ya no puedo más.
Si tal vez el mundo aprenderá con nuestro amor lo bello que es amar y tal vez lo vuelva a repetir pareja por pareja el mundo entero al fin.
♪OV7♫
jueves, 10 de enero de 2013
Un año más
Diariamente leo a un montón de personas que no saben que hacer con su vida, que se siente tristes, que son inseguras, que se odian. Y las entiendo porque esa fui yo alguna vez. Pase por muchas distintas etapas. Desde sentirme gorda y tratar de bajar por los métodos menos convenientes, hasta cosas peores. Me maldije tantas veces. Pero todo eso es parte de crecer, porque después de la tormenta siempre viene la calma. Porque llego un momento en que me harte de mi situación y me dije que ya no podía continuar de esa forma.
Hace unos días este blog cumplió 1 año. El domingo 27 de noviembre de 2011 cerre Eres mi vida y mi mundo. Él continua estando ahí, pero solo para recordarme a la persona que una vez fui. Pero no soporte mucho estar lejos de blogger. El 3 de enero de 2012 por la noche decidí regresar. Intente regresar con mi antiguo blog porque yo siempre dije que jamás lo borraría, que siempre queria recordar mi pasado. Fue entonces cuando me di cuenta que ese ahí estaba, pero que yo necesitaba cambios y no solo de apariencia, sino de contenido. Decidí empezar de nuevo. Desde cero. Nacio Ours el 4 de enero con una entrada muy simple, solamente decia: Simplemente hoy no soy yo. Era una frase muy cierta en ese momento porque quien abrio este blog era una persona muy ajena a mi. Ahora me doy cuenta que sigo siendo la misma persona que antes, pero ahora con más experiencia, más seguridad.
Hace poco conocí esta frase y es tan cierta, la tristeza se convierte en una necesidad para sentirte alguien, puede que no todos lo noten pero es verdad. Por eso se debe luchar para poder dejarla y sonreír sin hipocresías de nuevo. T
Ahora tengo 7 años en blogger -voy por el octavo- y durante ese tiempo he conocido tantas personas de una manera que jamás creí. Virtualmente conozco la cabeza y el corazón de muchas de ellas, inclusive los conozco más que a algunas de las personas con las que convivo diariamente. Han sido tantas personas que ahora tienen un cachito de mi corazón. De algunas ya no he vuelto a saber nada, otras siguen presentes, a todas siempre las recuerdo. Si estuviera en mis manos, me encantaría hacer una reunión con todas, conocerlas frente a frente. Muchas de esas personas me apoyaron en los momentos más tristes de mi vida, me dieron ánimos cuando estaba rendida, han sido parte de mi crecimiento y nunca me voy a olvidar de eso.
Hace unos días este blog cumplió 1 año. El domingo 27 de noviembre de 2011 cerre Eres mi vida y mi mundo. Él continua estando ahí, pero solo para recordarme a la persona que una vez fui. Pero no soporte mucho estar lejos de blogger. El 3 de enero de 2012 por la noche decidí regresar. Intente regresar con mi antiguo blog porque yo siempre dije que jamás lo borraría, que siempre queria recordar mi pasado. Fue entonces cuando me di cuenta que ese ahí estaba, pero que yo necesitaba cambios y no solo de apariencia, sino de contenido. Decidí empezar de nuevo. Desde cero. Nacio Ours el 4 de enero con una entrada muy simple, solamente decia: Simplemente hoy no soy yo. Era una frase muy cierta en ese momento porque quien abrio este blog era una persona muy ajena a mi. Ahora me doy cuenta que sigo siendo la misma persona que antes, pero ahora con más experiencia, más seguridad.
Cuidado con la tristeza. Es un vicio.
Gustave Flaubert.
Hace poco conocí esta frase y es tan cierta, la tristeza se convierte en una necesidad para sentirte alguien, puede que no todos lo noten pero es verdad. Por eso se debe luchar para poder dejarla y sonreír sin hipocresías de nuevo. T
Ahora tengo 7 años en blogger -voy por el octavo- y durante ese tiempo he conocido tantas personas de una manera que jamás creí. Virtualmente conozco la cabeza y el corazón de muchas de ellas, inclusive los conozco más que a algunas de las personas con las que convivo diariamente. Han sido tantas personas que ahora tienen un cachito de mi corazón. De algunas ya no he vuelto a saber nada, otras siguen presentes, a todas siempre las recuerdo. Si estuviera en mis manos, me encantaría hacer una reunión con todas, conocerlas frente a frente. Muchas de esas personas me apoyaron en los momentos más tristes de mi vida, me dieron ánimos cuando estaba rendida, han sido parte de mi crecimiento y nunca me voy a olvidar de eso.
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